–¡Vamos, muchachos, dejen de platicar y pónganse a correr! –Grita
el pinche mamón profesor de educación física–Una vez más y te bajo 1 punto
sobre calificación final.
Si, si, imbécil, pienso. Es una clase deportiva, deja de amenazarme con
sanciones académicas, mejor ponme aquí una serie de abdominales, que Frida cree
que solo soy el gordito chistoso.
Frida y yo platicamos mucho últimamente; no solo mientras
corremos, también en clases, comemos juntos, a veces hasta me subo a su camión
solo para platicar más durante el camino, aunque eso implique llegar tarde a
mis entrenamientos. Tiene poco que empezamos la prepa y parece que es la única
amiga que he tenido. No recuerdo a nadie con quien me naciera compartir tanto,
como si tuviera mucho que decir a los 14 años. Ella es de piel clara, tiene el
cabello muy largo, los labios gruesos, definitivamente los ojos más grandes que
he visto y las pestañas de una jirafa. Le gusta acercarse a mi cuando estoy
distraído, y parpadear cerca de mi cara para hacerme cosquillas. A veces me encantaría haber vivido más para
contarle más historias que le parezcan fascinantes, pero solo soy un niño
rechoncho, con mucho pelo, sin orientación, un poco bajo para mi edad y con una
vida nada emocionante.
–Ya estuvo, ustedes dos se me separan ahorita– dice la maestra
Lidia, con un leve estrabismo y la voz tan gruesa como un minotauro, mientras
truena los dedos–Cómo platican, ¡qué bárbaros! – remata mientras el resto del
salón nos mira y aúllan al unísono, insinuando cierta química amorosa entre
nosotros. Ella se ríe, yo me sonrojo y me agacho. Lo pensaría dos veces antes
de dirigirle la palabra nuevamente frente a los demás…Aunque no es tan grave,
¿o sí?
Creo que hemos hecho un buen grupo de amigos, a nuestros recreos
se han sumado dos personas interesantes y somos un cuarteto casi inseparable,
aunque estoy seguro que Héctor solo nos habla porque está enamorado de Frida. Ella
lo sabe. Y lo sabe toda la escuela. Héctor hace muchos chistes y nos hace reír,
Frida se ríe especialmente cuando estos chistes son para burlarse de mí. Celia
solo esboza sonrisas y casi nunca habla, pero su compañía es agradable.
Ahí va Frida de nuevo. Nacho, su último novio, la dejó porque no
le daba tiempo de jugar sus videojuegos y salir con ella al mismo tiempo.
Héctor se lo quiso madrear. Yo me alegré cuando la abracé después de
encontrarla llorando en las escaleras. Ahora le llamo en la tarde, llevamos
días sin vernos, y yo escuché el rumor que tiene un nuevo novio. Me pide que
adivine quién es, y me da una pista: “su nombre empieza con J”. Rápidamente
saco un lápiz y una hoja y empiezo a lanzar nombres y tacharlos cuando ella me
lo niega: Julio, Jerónimo, Justino, Jairo, Jimeno. Ella solo se ríe de mi en el
teléfono y me dice “José, el más fácil de todos”. Sentí un pequeño mareo y frío
en la nuca
–¿Quéeeeeee? ¿José? Si es un patán– Claro, patán de 1.85 ojos
claros, dueño de una mansión y una pista de cuatrimotos.
–Es super lindo y divertido, me llevó flores, globos, una carta…–
Yo hubiera preferido 5% de las acciones de la empresa de su papá, pensé, ese sí
que sería un buen regalo.
José es un buen tipo, siempre me cayó bien, y nos hemos vuelto
amigos cercanos desde que comenzó su relación con Frida. Héctor reprobó 5
materias y sus papás decidieron no invertir más en su educación y ponerlo a
trabajar. Tiene meses que no lo vemos. Celia simplemente se unió a otro grupo,
donde sigue siendo igual de callada. Yo creo que inspira confianza y ternura;
es como la abuelita de sus amigos, función importante.
Voy mucho a la casa de José, creo que lo veo más que Frida, aunque
nunca hablamos de ella; me invita a comer, a practicar tiro al blanco en su
rancho, pasear en cuatrimoto. Todo eso me divierte, aunque prefiero las fiestas
donde pueda ligarme a todas las chavas que no me hacen caso sobrias, sobre todo
ahora, que María dejó de ir a mis torneos de natación por irse a ver los
entrenamientos de triatlón de Sergio, y yo me puse como objetivo aprovechar mis
noches de insomnio para colgarme más medallas en la cama que Michael Phelps en
los juegos olímpicos. Y me ha salido bastante bien.
Pero José no es así, es un tipo de familia, divertido pero
reservado, nunca hablamos de Frida cuando pasamos tiempo juntos. Ahora, que
cada vez lo noto más callado y distante, me pregunto si es porque a Frida para
su cumpleaños le grabé un disco con su música favorita, y él le dio un ramo de
rosas. No es difícil adivinar cuál de los dos regalos sonó en las bocinas en su
fiesta. Me sentí importante por un segundo, pero a la vez avergonzado, había
obtenido un protagonismo que no me correspondía, y ella lo adoraba como a nadie
más.
Decidí enfocarme en mis nuevos objetivos, aunque las chavas
empezaban a hablar entre ellas, no debían confiar mucho en las palabras
cariñosas que les dirigía si no querían salir lastimadas. A mí, eso me daba
igual, siempre habría una que decidiría comprobar si los rumores eran ciertos.
Y fue precisamente una de esas, la que me hizo cambiar nuevamente
mi rutina, telefonearla, aún cuando ella no tenía ganas de hablar conmigo,
llegar a su casa por las noches para invitarla a cenar cuando ella ya estaba
dormida y había desconectado el timbre para no ser molestada. Esa niña, que con
unos años menos me permitió abrazarla y besarla una noche para sentir que no
necesitaba nada más, que sus labios eran lo único que me haría sentirme vivo,
que me abrazaba el alma y cosía los pedazos de mi corazón con sus delicados
cabellos.
Ella, la misma que tras unas semanas tuvo que pedirme que me fuera,
y cerrar la puerta tras de sí porque no necesitaba ese nivel de intensidad,
solo quería pasarla bien…Aunque podíamos ser amigos…
Amigos, qué patrañas, yo tengo muchos amigos, y en cuanto me
gradúe haré muchos más, dejaré esta ciudad sin futuro y me iré muy lejos del
daño de los últimos años.
Por cierto, ¿hace cuánto no veía a mis amigos?
Las siguientes semanas transcurrieron muy rápido, todos estaban
ansiosos por salir y empezar a construir su propio camino, yo entre ellos. La
transición fue veloz, me mudé a otra ciudad y empecé a llevar una vida en
solitario y tranquila, sin grandes dificultades de adaptación y con una novia
que veía lo menos posible. Una rutina sencilla, sin muchos altibajos ni
preocupaciones. La novia desapareció eventualmente, y algunas aventuras
surgieron sin tener mayor relevancia.
Un día sonó el teléfono, otra vez los del pinche banco, pensé.
–¿Bueno?
–¿Manuel?
–¿Sí?
–Habla Frida
–Ah…. ¿en serio?
–Si, recién me enteré de que vivimos en la misma ciudad, ¿nos
vemos pronto?
–¡Claro! ¿Te veo en 10 minutos frente a la fuente de los cuervos?
–Jajaja, ¿ahorita? ¿No prefieres el jueves?
–Oh, tienes razón, si, jueves… ¿4 pm?
–Vale, ¡hasta entonces!
Colgué y me senté en la orilla de la cama, ¿por qué su llamada me
había hecho sentir así? ¿Hace cuánto que no hablábamos? Tenía el corazón
agitado y casi salgo corriendo de la habitación, ¿por qué no la llamé antes?
El jueves nos fuimos a tomar un café y platicamos con una soltura
y confianza que hacía imposible pensar en el tiempo que pasó. Después de unas
horas me ofrecí a llevarla a su casa. Al llegar le pregunté “¿Y José?”. Guardó
silencio por un segundo y respondió “No he sabido nada de él en meses. En la
fiesta de graduación me enteré de que todo el tiempo me estuvo engañando con
Karla”.
Tenía un nudo en la garganta, eso explicaba por qué me alejó.
Tenerme cerca era un constante riesgo de ser descubierto.
Me sentí culpable de no haberlo descubierto, y de no haberla
protegido. Incluso sentí culpa por ser su amigo y alejarme de Frida. Solo atiné
a responder
–¿Estás bien?
–Sí.
Platicamos un poco más y entró a su casa. Vivía con sus tíos, unos
señores de casi 80 años que desconfiaban de todos y no la permitían estar fuera
pasadas las 9. Nos despedimos con un pequeño abrazo de cordialidad. Regresé a
casa cantando.
Sin darme cuenta caí en una rutina poco usual para mí. Llamaba a
Frida cada dos días y empezamos a vernos con mucha frecuencia. Era como empezar
la prepa una vez más.
Una vez bromeando le dije que si sus tíos no la dejaban salir yo
debía entrar a su casa cuando estuvieran dormidos. Ella se rio, pero me dijo
“hagámoslo”.
–¿En serio?– Pregunté algo nervioso.
–Sí, estaría padre– Me dijo viéndome fijamente a los ojos.
–Está bien.
Fue un viernes por la noche. Llegué a su casa a las 11 y me
estacioné a una cuadra de distancia para no levantar sospechas. Caminé hasta la
casa y ella se asomó por la ventana del segundo piso.
–¿Cómo voy a subir hasta allá?
Ella se encogió de hombros. Escalé por un árbol y brinqué a un
pequeño tejado del vecino, caminé muy despacio hasta la ventana. Sin mirar
hacia abajo, di un salto y quedé colgado de la herrería. Pataleé hasta que
logré pisar un pequeño faro que su tío había instalado para alumbrar la calle y
entré. Casi olvido que era una casa muy vieja hasta que pisé y escuché el
rechinido de la madera. Shhh.
Nos fuimos a su cama y nos acostamos, riéndonos en voz baja, me
dijo que solo podíamos estar acostados porque si nos movíamos mucho podíamos
despertar a sus tíos. Platicamos un rato susurrando hasta que la posición nos
arrulló y caímos en un profundo sueño. ¿No tenías insomnio, Manuel?
Sentí que algo me agitaba. Era ella a las 5:30 am.
–Roncas horrible– me dijo. –Mi tío siempre se despierta a las 6,
te tienes que ir ya.
Me levanté algo confundido y caminé hacia la ventana, solo se me
ocurrió reír un poco en voz baja mientas sacaba la pierna. Me agarré nuevamente
de los tubos de hierro y antes de descolgarme le dije adiós. Ella se acercó y
nos dimos un pequeño beso en la boca. Ninguno buscó continuarlo. Me bajé y me
fui a casa.
Unas semanas después volví a salir con ella. Fuimos al cine a ver
el estreno de una película romántica. Ella tuvo la idea.
Al salir le pregunté “¿Qué hacemos ahora?”. Me miró fijamente.
–Lo que tú quieras, hoy no iré a casa de mis tíos.
–Acabo de instalar televisión por cable en mi casa, podemos ver
otra película ahí.
–Vamos.
Nos subimos al coche, y bromeamos en el camino sobre una pareja de
novios que no dejaron de besarse frente a nosotros durante toda la película.
–Vas a ver algo romántico al cine y terminas viendo porno en vivo–
Dijo, mientras reía. Yo sonreí.
Llegamos a mi casa y señalé que no tenía sillón ni sillas. Solo la
cama de la habitación principal, y frente a ésta estaba la tele. Sin comentar
nada nos acostamos, pero nunca pude encender el televisor.
Éramos un mismo ser, nos sentía como una estrella que iluminaba la
habitación. Nuestras manos se entrelazaron y nunca se soltaron hasta el día
siguiente, y casi me sentí como si fuera un Dante al fin alcanzando a Beatriz.
Pude comprender que no era un momento durante el que dos personas se amaban,
era un amor que llevaba años buscando unir todas sus piezas, ser reconocido, y que
al fin era tomado, al fin podía existir libremente e inundarlo todo. Era un
amor siendo amado.
Al día siguiente la llevé a la universidad. Tenía clases temprano
a pesar de ser sábado. Nos despedimos con un beso en la mejilla. La vi entrar y
regresé a dormir todo el día.
No la he visto desde entonces. Me pregunto quién de los dos se
quedó todo el amor.