miércoles, 14 de noviembre de 2018

"El Barón Rampante" de Italo Calvino (Reseña)

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Generalmente son las situaciones que uno no tiene en mente las que lo sorprenden y dan en qué pensar, a veces de forma muy satisfactoria. Esto mismo me pasó hace un par de meses cuando visitaba la biblioteca de la casa familiar y encontré un libro cuyo título me llenó de curiosidad, debo admitir, por no saber el significado de una de las palabras que lo componen. 
Estoy hablando de "El Barón Rampante" de Italo Calvino, interesante escritor cubano de padres italianos quien, desde mediados del siglo XX y hasta los años 80, nos dejaría una serie de lecturas exquisitas que lamento (al tiempo que agradezco) estar descubriendo hasta ahora.

La historia es narrada por Biaggio Piovasco quien nos cuenta cómo su hermano, Cosimo, una tarde después de discutir con su padre, el Barón Arminio de Rondó, decide trepar a una encina del jardín con la consigna de no tocar el suelo nunca más. Lo que empieza como un simple desplante de un niño enojado de doce años se convierte, a lo largo de la historia, en una filosofía que define al personaje y lo distingue del resto, quienes, poco a poco lo adoptan como un elemento indispensable del entorno.

Al inicio nos cuenta cómo Cosimo se enfrenta a las adversidades de una manera muy peculiar al construir una casa sobre los árboles, cazar su propia comida e incluso fabricarse ropa con la piel de los animales que caza. Al estar ahí arriba descubre que existe una banda de niños ladrones cuya lideresa es una niña llamada Viola, hija de los marqueses de Ondariva, a quien le cuenta en su columpio que no bajaría nunca de los árboles. Desde ese momento y hasta sus últimos días Cosimo vivirá atado a un amor hacia Viola imposible de arrancársele.

Nuestro protagonista tiene una personalidad osada y estoica, mostrando siempre como cualidades el liderazgo, la gallardía y la fortaleza en todos los aspectos, sobre todo en las decisiones. Casi nunca se le ve pidiendo ayuda y siempre se le puede escuchar contar increíbles aventuras de las cuales él resulta como héroe indiscutible.

En la parte de mayor madurez en su vida, en la edad en que los hombres comunes sientan cabeza y deciden abandonar las fantasías febriles de la juventud, Cosimo ve el volverse común como una realidad casi materializada al reencontrarse con Viola y vivir ese amor intenso que ambos habían reprimido por tantos años, sin embargo, esta fascinante vida pasa de ser una historia de amor como a muchos nos gustaría y se convierte en una reflexión sobre la disciplina y el apego a los principios que uno mismo se impone.

Al terminar de leerlo pude empatizar con Biaggio en la pena que sentía al comprender "la madera de la que estaba hecho" su hermano y entender que nunca bajaría de los árboles, fuera cual fuera el costo y las implicaciones de esta decisión en su vida y en la de las personas que nunca dejaron de procurarlo.

Puedo solo pensar, por un lado, en la frase de Cosimo que afirma que si una persona no puede seguir una difícil regla hasta sus últimas consecuencias, deja de ser uno mismo para sí y para los otros, y, por el otro lado, en una canción donde un hombre se cuestiona "Con 60... ¿qué importa la talla de mis Calvin Klein?...".

La invitación queda abierta a descubrir esta maravillosa historia y la duda ahora es para ustedes: ¿hasta qué punto deja de ser sabio cambiar de opinión?

jueves, 26 de julio de 2018

Ella y yo


–¡Vamos, muchachos, dejen de platicar y pónganse a correr! –Grita el pinche mamón profesor de educación física–Una vez más y te bajo 1 punto sobre calificación final.

Si, si, imbécil, pienso. Es una clase deportiva, deja de amenazarme con sanciones académicas, mejor ponme aquí una serie de abdominales, que Frida cree que solo soy el gordito chistoso.
Frida y yo platicamos mucho últimamente; no solo mientras corremos, también en clases, comemos juntos, a veces hasta me subo a su camión solo para platicar más durante el camino, aunque eso implique llegar tarde a mis entrenamientos. Tiene poco que empezamos la prepa y parece que es la única amiga que he tenido. No recuerdo a nadie con quien me naciera compartir tanto, como si tuviera mucho que decir a los 14 años. Ella es de piel clara, tiene el cabello muy largo, los labios gruesos, definitivamente los ojos más grandes que he visto y las pestañas de una jirafa. Le gusta acercarse a mi cuando estoy distraído, y parpadear cerca de mi cara para hacerme cosquillas.  A veces me encantaría haber vivido más para contarle más historias que le parezcan fascinantes, pero solo soy un niño rechoncho, con mucho pelo, sin orientación, un poco bajo para mi edad y con una vida nada emocionante.

–Ya estuvo, ustedes dos se me separan ahorita– dice la maestra Lidia, con un leve estrabismo y la voz tan gruesa como un minotauro, mientras truena los dedos–Cómo platican, ¡qué bárbaros! – remata mientras el resto del salón nos mira y aúllan al unísono, insinuando cierta química amorosa entre nosotros. Ella se ríe, yo me sonrojo y me agacho. Lo pensaría dos veces antes de dirigirle la palabra nuevamente frente a los demás…Aunque no es tan grave, ¿o sí?

Creo que hemos hecho un buen grupo de amigos, a nuestros recreos se han sumado dos personas interesantes y somos un cuarteto casi inseparable, aunque estoy seguro que Héctor solo nos habla porque está enamorado de Frida. Ella lo sabe. Y lo sabe toda la escuela. Héctor hace muchos chistes y nos hace reír, Frida se ríe especialmente cuando estos chistes son para burlarse de mí. Celia solo esboza sonrisas y casi nunca habla, pero su compañía es agradable.

Ahí va Frida de nuevo. Nacho, su último novio, la dejó porque no le daba tiempo de jugar sus videojuegos y salir con ella al mismo tiempo. Héctor se lo quiso madrear. Yo me alegré cuando la abracé después de encontrarla llorando en las escaleras. Ahora le llamo en la tarde, llevamos días sin vernos, y yo escuché el rumor que tiene un nuevo novio. Me pide que adivine quién es, y me da una pista: “su nombre empieza con J”. Rápidamente saco un lápiz y una hoja y empiezo a lanzar nombres y tacharlos cuando ella me lo niega: Julio, Jerónimo, Justino, Jairo, Jimeno. Ella solo se ríe de mi en el teléfono y me dice “José, el más fácil de todos”. Sentí un pequeño mareo y frío en la nuca
–¿Quéeeeeee? ¿José? Si es un patán– Claro, patán de 1.85 ojos claros, dueño de una mansión y una pista de cuatrimotos.
–Es super lindo y divertido, me llevó flores, globos, una carta…– Yo hubiera preferido 5% de las acciones de la empresa de su papá, pensé, ese sí que sería un buen regalo.

José es un buen tipo, siempre me cayó bien, y nos hemos vuelto amigos cercanos desde que comenzó su relación con Frida. Héctor reprobó 5 materias y sus papás decidieron no invertir más en su educación y ponerlo a trabajar. Tiene meses que no lo vemos. Celia simplemente se unió a otro grupo, donde sigue siendo igual de callada. Yo creo que inspira confianza y ternura; es como la abuelita de sus amigos, función importante.
Voy mucho a la casa de José, creo que lo veo más que Frida, aunque nunca hablamos de ella; me invita a comer, a practicar tiro al blanco en su rancho, pasear en cuatrimoto. Todo eso me divierte, aunque prefiero las fiestas donde pueda ligarme a todas las chavas que no me hacen caso sobrias, sobre todo ahora, que María dejó de ir a mis torneos de natación por irse a ver los entrenamientos de triatlón de Sergio, y yo me puse como objetivo aprovechar mis noches de insomnio para colgarme más medallas en la cama que Michael Phelps en los juegos olímpicos. Y me ha salido bastante bien.
Pero José no es así, es un tipo de familia, divertido pero reservado, nunca hablamos de Frida cuando pasamos tiempo juntos. Ahora, que cada vez lo noto más callado y distante, me pregunto si es porque a Frida para su cumpleaños le grabé un disco con su música favorita, y él le dio un ramo de rosas. No es difícil adivinar cuál de los dos regalos sonó en las bocinas en su fiesta. Me sentí importante por un segundo, pero a la vez avergonzado, había obtenido un protagonismo que no me correspondía, y ella lo adoraba como a nadie más.

Decidí enfocarme en mis nuevos objetivos, aunque las chavas empezaban a hablar entre ellas, no debían confiar mucho en las palabras cariñosas que les dirigía si no querían salir lastimadas. A mí, eso me daba igual, siempre habría una que decidiría comprobar si los rumores eran ciertos.
Y fue precisamente una de esas, la que me hizo cambiar nuevamente mi rutina, telefonearla, aún cuando ella no tenía ganas de hablar conmigo, llegar a su casa por las noches para invitarla a cenar cuando ella ya estaba dormida y había desconectado el timbre para no ser molestada. Esa niña, que con unos años menos me permitió abrazarla y besarla una noche para sentir que no necesitaba nada más, que sus labios eran lo único que me haría sentirme vivo, que me abrazaba el alma y cosía los pedazos de mi corazón con sus delicados cabellos.
Ella, la misma que tras unas semanas tuvo que pedirme que me fuera, y cerrar la puerta tras de sí porque no necesitaba ese nivel de intensidad, solo quería pasarla bien…Aunque podíamos ser amigos…

Amigos, qué patrañas, yo tengo muchos amigos, y en cuanto me gradúe haré muchos más, dejaré esta ciudad sin futuro y me iré muy lejos del daño de los últimos años.
Por cierto, ¿hace cuánto no veía a mis amigos?

Las siguientes semanas transcurrieron muy rápido, todos estaban ansiosos por salir y empezar a construir su propio camino, yo entre ellos. La transición fue veloz, me mudé a otra ciudad y empecé a llevar una vida en solitario y tranquila, sin grandes dificultades de adaptación y con una novia que veía lo menos posible. Una rutina sencilla, sin muchos altibajos ni preocupaciones. La novia desapareció eventualmente, y algunas aventuras surgieron sin tener mayor relevancia.

Un día sonó el teléfono, otra vez los del pinche banco, pensé.
–¿Bueno?
–¿Manuel?
–¿Sí?
–Habla Frida
–Ah…. ¿en serio?
–Si, recién me enteré de que vivimos en la misma ciudad, ¿nos vemos pronto?
–¡Claro! ¿Te veo en 10 minutos frente a la fuente de los cuervos?
–Jajaja, ¿ahorita? ¿No prefieres el jueves?
–Oh, tienes razón, si, jueves… ¿4 pm?
–Vale, ¡hasta entonces!

Colgué y me senté en la orilla de la cama, ¿por qué su llamada me había hecho sentir así? ¿Hace cuánto que no hablábamos? Tenía el corazón agitado y casi salgo corriendo de la habitación, ¿por qué no la llamé antes?

El jueves nos fuimos a tomar un café y platicamos con una soltura y confianza que hacía imposible pensar en el tiempo que pasó. Después de unas horas me ofrecí a llevarla a su casa. Al llegar le pregunté “¿Y José?”. Guardó silencio por un segundo y respondió “No he sabido nada de él en meses. En la fiesta de graduación me enteré de que todo el tiempo me estuvo engañando con Karla”.
Tenía un nudo en la garganta, eso explicaba por qué me alejó. Tenerme cerca era un constante riesgo de ser descubierto.
Me sentí culpable de no haberlo descubierto, y de no haberla protegido. Incluso sentí culpa por ser su amigo y alejarme de Frida. Solo atiné a responder
–¿Estás bien?
–Sí.

Platicamos un poco más y entró a su casa. Vivía con sus tíos, unos señores de casi 80 años que desconfiaban de todos y no la permitían estar fuera pasadas las 9. Nos despedimos con un pequeño abrazo de cordialidad. Regresé a casa cantando.

Sin darme cuenta caí en una rutina poco usual para mí. Llamaba a Frida cada dos días y empezamos a vernos con mucha frecuencia. Era como empezar la prepa una vez más.
Una vez bromeando le dije que si sus tíos no la dejaban salir yo debía entrar a su casa cuando estuvieran dormidos. Ella se rio, pero me dijo “hagámoslo”.
–¿En serio?­– Pregunté algo nervioso.
–Sí, estaría padre– Me dijo viéndome fijamente a los ojos.
–Está bien.

Fue un viernes por la noche. Llegué a su casa a las 11 y me estacioné a una cuadra de distancia para no levantar sospechas. Caminé hasta la casa y ella se asomó por la ventana del segundo piso.
–¿Cómo voy a subir hasta allá?
Ella se encogió de hombros. Escalé por un árbol y brinqué a un pequeño tejado del vecino, caminé muy despacio hasta la ventana. Sin mirar hacia abajo, di un salto y quedé colgado de la herrería. Pataleé hasta que logré pisar un pequeño faro que su tío había instalado para alumbrar la calle y entré. Casi olvido que era una casa muy vieja hasta que pisé y escuché el rechinido de la madera. Shhh.
Nos fuimos a su cama y nos acostamos, riéndonos en voz baja, me dijo que solo podíamos estar acostados porque si nos movíamos mucho podíamos despertar a sus tíos. Platicamos un rato susurrando hasta que la posición nos arrulló y caímos en un profundo sueño. ¿No tenías insomnio, Manuel?
Sentí que algo me agitaba. Era ella a las 5:30 am.
–Roncas horrible– me dijo. –Mi tío siempre se despierta a las 6, te tienes que ir ya.
Me levanté algo confundido y caminé hacia la ventana, solo se me ocurrió reír un poco en voz baja mientas sacaba la pierna. Me agarré nuevamente de los tubos de hierro y antes de descolgarme le dije adiós­. Ella se acercó y nos dimos un pequeño beso en la boca. Ninguno buscó continuarlo. Me bajé y me fui a casa.

Unas semanas después volví a salir con ella. Fuimos al cine a ver el estreno de una película romántica. Ella tuvo la idea.
Al salir le pregunté “¿Qué hacemos ahora?”. Me miró fijamente.
–Lo que tú quieras, hoy no iré a casa de mis tíos.
–Acabo de instalar televisión por cable en mi casa, podemos ver otra película ahí.
–Vamos.
Nos subimos al coche, y bromeamos en el camino sobre una pareja de novios que no dejaron de besarse frente a nosotros durante toda la película.
–Vas a ver algo romántico al cine y terminas viendo porno en vivo– Dijo, mientras reía. Yo sonreí.

Llegamos a mi casa y señalé que no tenía sillón ni sillas. Solo la cama de la habitación principal, y frente a ésta estaba la tele. Sin comentar nada nos acostamos, pero nunca pude encender el televisor.
Éramos un mismo ser, nos sentía como una estrella que iluminaba la habitación. Nuestras manos se entrelazaron y nunca se soltaron hasta el día siguiente, y casi me sentí como si fuera un Dante al fin alcanzando a Beatriz. Pude comprender que no era un momento durante el que dos personas se amaban, era un amor que llevaba años buscando unir todas sus piezas, ser reconocido, y que al fin era tomado, al fin podía existir libremente e inundarlo todo. Era un amor siendo amado.

Al día siguiente la llevé a la universidad. Tenía clases temprano a pesar de ser sábado. Nos despedimos con un beso en la mejilla. La vi entrar y regresé a dormir todo el día.

No la he visto desde entonces. Me pregunto quién de los dos se quedó todo el amor.